Guitarra eléctrica en mano, esperando a sus amigos de la banda, Beatriz estaba cabeza abajo, pensativa, hasta que, de repente —como cuando alguien tiene un gesto de Eureka—, levantó la cabeza y dijo:
—Seguramente conoces a Pitágoras.
—¿Pitágoras? —le respondió Ramiro.
—¿No lo recuerdas?
—¡Claro que sí! ¡El de la hipotenusa!
—Ahhh, sí... —dijo Ramiro, frunciendo el ceño, como pensando ¿y esta tipa qué se ha fumado?
Casi con miedo de preguntar, le dijo:
—Ehhhh... ¿y eso? ¿En qué se equivocó? Sería un gran error... en todas las matemáticas, ¿no? Ehhh... arquitectura, navegación, astronomía, física, etc.
—Bueno, en realidad se equivocó en un estudio que hizo sobre martillos.
—¿Estudio de martillos? ¿Se habrá golpeado la cabeza? —pensó Ramiro.
—Mira, nosotros somos cinco en la banda, ¿cierto?
—Así es —contestó Ramiro, titubeando, pero prestando atención... no sea que eso fuera contagioso.
—Tú, Carlos, Micaela y yo tocamos juntos hace varios años, pero Pepe como que aún no ha logrado sintonizar con nosotros, ¿cierto? Y sin embargo, siempre hemos tocado los mismos instrumentos y en la misma posición sobre el escenario.
—Mmmm... no es algo en lo que me haya fijado, pero creo que sí —dijo Ramiro.
—Bien —contestó Beatriz, acomodándose la chaqueta de jean gastada, como un maestro de ceremonias a punto de decir algo importante.
—Resulta que Pitágoras estaba trabado, no lograba avanzar con su teorema, así que decidió salir a caminar. De repente, comenzó a escuchar el golpe de unos martillos que provenían de un galpón. Le pareció un sonido agradable y rítmico, así que se acercó a ver con más detalle.
Al entrar al galpón, vio a cinco herreros forjando hierro. Cada uno lo golpeaba en secuencia, generando un sonido armónico. Como ya estaba atardeciendo, los herreros terminaron su jornada poco después, y él les preguntó si le podían prestar los martillos para analizarlos. Les prometió que se los devolvería temprano al día siguiente. Como conocían a Pitágoras, se los dieron sin hacer preguntas.
No le alcanzó un día. Pero como eran las herramientas de trabajo de los herreros y él quería seguir analizando, durante varios días les llevaba los martillos, escuchaba los sonidos, tomaba anotaciones y, al final del día, se los llevaba a su casa para estudiarlos. Los pesaba, medía todas sus dimensiones… en fin, un examen exhaustivo.
Y se dio cuenta de que la proporción en los pesos era el origen del sonido armónico. Un martillo que pesaba el doble que otro generaba una nota una octava más alta. Una proporción de 3:2 producía una quinta justa, y una de 4:3, una cuarta justa.
Pero, de los cinco martillos, sólo cuatro tenían características bien definidas. Por eso, dejó de lado el quinto martillo: no lo incluyó en sus estudios.
Con su investigación, Pitágoras dedujo que las proporciones numéricas eran la base de la armonía musical, y todo eso ayudó a descubrir una relación física entre las matemáticas y el mundo.
Pero en la música —y en la vida— no todo tiene que ser perfecto para funcionar. Y ese quinto martillo, combinado con los otros cuatro, era la pieza que encajaba a la perfección para generar una armonía aún más bella.
Reflexión: Buscando la perfección, no nos damos cuenta de lo que realmente importa.
Muchas veces buscamos la perfección para dar algo por terminado… o, peor aún, para empezar algo.
Queremos comenzar a estudiar algo y, al mirar el temario del curso, pensamos: “Mmm, este no tiene tal tema”, o “No me convence, le falta tal cosa”. Así, vamos descartando uno tras otro, y el tiempo se nos va. Nunca empezamos nada, esperando el curso perfecto.
Y cuando finalmente miramos hacia atrás, nos damos cuenta de que, si hubiéramos hecho ese primer curso, y luego el segundo, y así sucesivamente, probablemente hoy estaríamos un escalón más arriba de donde estamos ahora. Pero seguimos en el mismo lugar —o incluso más abajo—, atrapados en la ilusión de la perfección.
Y esto es solo un ejemplo.
¿Cuántas veces en la vida buscamos la perfección, cuando en realidad ese detalle desajustado, ese elemento olvidado, eso que ignoramos... es justamente la pieza clave para lograr una armonía más auténtica y verdadera?
—Entiendo —dijo Ramiro—. Pepe es como el quinto martillo de Pitágoras: no encajaba en su fórmula, pero sí en la música real. Y lo que tendríamos que hacer es cambiarnos de posición o probar intercambiando instrumentos... vaya uno a saber si así encontramos el ritmo que estamos buscando —expresó, dándole mucho crédito a la historia de Beatriz, a quien al principio pensó que se le había soltado un tornillo.
Beatriz dibujó una sonrisa y dijo:
—Bueno, es una teoría... jajaja. Pero podemos probarla, ¿no?
Cuentan que la banda ha sido un éxito desde aquella tarde, que aún siguen llenando sus conciertos… y que Pepe nunca se enteró de que lo habían considerado el quinto martillo.
Esta ha sido la tercera newsletter.
En el mundo de la Inteligencia Artificial existen grandes jugadores: ChatGPT de OpenAI, Gemini de Google, Copilot de Microsoft, el modelo LLaMA de Meta (Facebook) y muchos otros que van surgiendo.
Todos nos quedamos pensando: ¿cuál será mejor?
El que hoy parece el número uno, mañana puede ser el tercero. El que estaba al final de la lista, en unos días puede encabezarla. Así vamos, saltando de uno a otro, sin saber con cuál quedarnos.
Podemos hacer varias cosas:
- Elegir uno y cambiar si nos equivocamos.
- Usar una plataforma como Globant Enterprise AI de GeneXus, que los integra a todos.
- O no elegir ninguno… y seguir esperando.
Pero como dice un dicho brasileño que me gusta mucho:
“El camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”
Muchas gracias por llegar hasta aquí.
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Nos vemos el próximo domingo.
¡Chau!
Fabricio De los Santos