Aquel martes, la serenidad habitual de la pequeña ciudad fue súbitamente perturbada por un convoy de camiones que, procedentes del septentrión, traían consigo el tan anunciado circo. Para muchos vecinos, era la primera vez que presenciaban tal espectáculo; para otros, la novedad residía en el hecho de que aquel año llegara en época distinta a la acostumbrada.
Los abuelos contemplaban la llegada con alegría, pues sabían que se les ofrecía la ocasión de llevar a sus nietos a conocer aquel universo de maravillas.
Un vehículo con altoparlantes anunciaba con voz estruendosa la llegada del célebre Circo Flor de Luna, cuyos artistas, venidos de diversas latitudes, prometían asombrar al público con números insólitos. Entre ellos destacaba el increíble Mago Ariel, quien aseguraba poseer la facultad de leer la mente de los presentes.
Muchos lo tomaban por un charlatán; no así don Jaime, abuelo de los pequeños Mariana y Carlitos, en quien aquellas palabras despertaban viva expectación. Siempre le había fascinado el arte de la prestidigitación, y este mago, a juzgar por lo dicho, prometía dejar huella.
Sin demora, tomó uno de los panfletos que los empleados del circo repartían entre los transeúntes. Cuando un payaso se acercó a entregarle uno, don Jaime le preguntó cuándo sería la inauguración, a lo que el payaso, con visible entusiasmo, respondió:
—¡Este viernes, señor! Y si adquiere hoy mismo sus entradas, gozará de un importante descuento.
Jaime, animado, quiso saber en qué lugar se levantaría la carpa. El payaso, que no conocía la ciudad, inquirió al conductor de la camioneta, quien le respondió:
—Será en la plaza municipal. Allí levantaremos nuestro campamento.
Jaime agradeció la información, guardó el folleto en el bolsillo interior de su saco, y se alejó con una sonrisa, ya imaginando la alegría de sus nietos cuando les comunicara la noticia.
La caravana prosiguió su camino por la calle principal. Cerraban el desfile los lanzallamas con su danza de fuego, seguidos por las estruendosas motocicletas de la rueda de la muerte. Con tal despliegue, toda la ciudad despertó de su modorra: si el propósito era hacerse notar, ciertamente lo habían conseguido.
Más tarde...
Don Jaime llegó al hogar de su hijo justo cuando los niños retornaban de la escuela. Apenas hubo traspasado el umbral, los pequeños corrieron a su encuentro, exclamando con alborozo:
—¡Abuelo, abuelo! ¿Te enteraste? ¡Ha llegado un circo a la ciudad!
Jaime fingió sorpresa:
—¿De veras? ¿Un circo?
—¡Sí! —replicaron al unísono—. Lo vimos desde la escuela. Había unos señores altísimos que caminaban de manera muy rara, malabaristas que hacían piruetas, motociclistas que andaban en una rueda levantando el manillar… ¡y payasos que se perseguían unos a otros! ¡Fue divertidísimo!
Don Jaime los escuchaba con atención, aguardando el momento propicio para compartir su secreto.
—¿Y tú, abuelo…? —preguntó Mariana—. ¿Vas a ir al circo?
—Bueno, pensaba acudir con su abuela… pero hay un inconveniente.
—¿Cuál, abuelo? —preguntaron preocupados.
—Fui a comprar las entradas… y ya no quedaban más.
Los rostros infantiles se entristecieron de inmediato.
—Pero —añadió Jaime tras una pausa— no quedaban más entradas para dos personas… sólo para cuatro.
—Así que necesito saber si conocéis a dos niños muy especiales que deseen acompañarnos…
Los pequeños se miraron entre sí y gritaron al unísono:
—¡¡¡Nosotros, abuelo!!! ¡¡¡Nosotros queremos ir!!!
—¡Aleluya! —clamó don Jaime—. ¡Entonces iremos los cuatro!
La alegría invadió la casa. Desde un rincón, Rocío, la nuera de Jaime, observaba la escena con ternura. Jaime se acercó a ella, y en voz baja le confesó:
—En realidad tengo entradas para los seis… así que el viernes no hagan planes. ¡Todos al circo!
Rocío esbozó una sonrisa cómplice y le respondió:
—¡Claro que sí! ¡Ya estamos preparando todo!
El gran día
Finalmente, llegó el anhelado viernes. Toda la familia ocupaba la primera fila en la gran carpa. La penumbra reinaba, y el murmullo del público cesó cuando una gran esfera metálica se iluminó en el centro del escenario. Entonces, el estruendo de los motores se hizo oír:
¡Ruuuuunnn… ruuuuunnn…!
Las motos del globo de la muerte comenzaron a girar con vertiginosa rapidez.
Los niños contemplaban el espectáculo con ojos de asombro. Jaime, emocionado, pensaba para sí:
“Este circo sí que ha comenzado con fuerza”.
Finalizado el número, los payasos irrumpieron con su bulliciosa alegría, mientras tras bambalinas todo se preparaba para la aparición del Magnífico Ariel, el gran ilusionista que prometía realizar un acto asombroso.
Jaime, nuevamente niño en alma, aguardaba con expectación.
El momento mágico
El mago apareció en escena envuelto en misterio. Con su galera realizaba prodigios: objetos que aparecían y desaparecían con arte refinado. Los aplausos del público se sucedían sin cesar.
De pronto, los tambores redoblaron, y el mago anunció que necesitaba un voluntario para su próximo número: la lectura de pensamiento.
Un haz de luz iluminó directamente a Jaime.
—¿Cómo se llama, señor?
—Jaime —respondió el abuelo.
—¿Gusta usted de la magia, don Jaime?
El aludido asintió en silencio, con cierta timidez.
—¿Me permitiría leer su mente?
Una nueva afirmación con la cabeza. El mago le tomó la mano y la posó sobre su frente, como si quisiese establecer conexión.
Luego giró, tomó una baraja, y le dijo:
—Corte varias veces y, cuando lo desee, escoja una carta. Mírela y guárdela en la memoria. No me diga cuál es.
Jaime así lo hizo. Escogió una carta, la observó… y la mostró a su familia: era el siete de tréboles.
—¿La tiene? —preguntó Ariel.
—Sí —respondió Jaime.
—Entonces colóquela aquí… y no la olvide.
El mago realizó unos pases mágicos, descartó varias cartas, y, tras una breve pausa, extrajo una.
—¿Era esta su carta?
¡Era el siete de tréboles!
Jaime quedó estupefacto.
—Sí… pero… ¿Cómo pudo usted adivinarla?
La revelación
Ninguno de los seis lograba entender lo sucedido. El hijo de Jaime lo miraba con incredulidad, como preguntándose si acaso había conspirado con el mago. Pero nadie encontraba explicación.
Ariel continuó su espectáculo, leyendo la mente de otros asistentes, causando aún más asombro.
La noche transcurrió espléndida. Los niños quedaron fascinados, y todos regresaron a casa con el alma colmada de dicha.
Al llegar a casa, mientras se preparaban para dormir, Jaime se volvió hacia su esposa y le dijo en voz baja:
—Ya lo sé.
—¿El qué? —preguntó Mirta con ternura.
—Cómo adivinó la carta. ¡Por fin lo entiendo!
—¡Lo sabía! —rió ella—. No ibas a dormir tranquilo hasta descubrirlo.
—Fue simple, en realidad. Me distrajo con su mano derecha mientras, con la izquierda, colocaba la carta que él mismo quería que yo eligiera. No fui yo quien escogió… fue él quien eligió por mí.
—Entonces… —dijo Mirta apagando la luz— ya puedes descansar en paz, detective.
Ambos rieron en la penumbra.
Reflexión: ¿Realmente vemos lo que queremos ver?
No siempre somos conscientes de cómo suceden las cosas que experimentamos. A menudo, lo que parece espontáneo ha sido cuidadosamente preparado. En el mundo digital, cuando interactuamos con buscadores o redes sociales, creemos elegir lo que vemos, pero en realidad hay un algoritmo que nos conoce, nos perfila y nos guía hacia ciertos contenidos.
Creemos tener el control, pero el sistema nos conduce con la misma sutileza con que Ariel guió a Jaime.
A la mañana siguiente, al encontrarse con sus nietos, estos le dijeron con entusiasmo:
—Abuelo, cuando seamos grandes… ¡queremos ser magos para leerte la mente!
Jaime los miró, sonrió, y pensó en decirles la verdad. Pero luego recapacitó. No quiso romper la ilusión ni apagar la chispa mágica del circo.
Así que les dijo simplemente:
—Para eso hay que estudiar mucho. ¡Así que hagan siempre los deberes!
Y quién sabe… ¡Quizá algún día!
Esta ha sido la sexta newsletter.
¿Te has preguntado por qué las redes sociales más populares son gratuitas?
Cuando no se te cobra por el uso de un producto, es porque el producto eres tú.
Estas plataformas, como cualquier empresa, necesitan ingresos para sostenerse. Y si se me permite una analogía algo rústica: en un remate de ganado, los compradores ofertan por animales según sus características; en las redes sociales, los usuarios son quienes están siendo “subastados”.
¿A quiénes?
A empresas, marcas o individuos que desean ofrecerte productos o servicios.
A diferencia del ganado, que permanece en el corral sin escapatoria, los usuarios de redes sociales pueden irse en cualquier momento si se aburren. Por eso, los algoritmos se encargan de mantenerte dentro, ofreciéndote contenido cada vez más atractivo, más afín a tus gustos, más difícil de abandonar.
Y todo esto, naturalmente, funciona gracias a la inteligencia artificial.
Aquí es donde dejo unos puntos suspensivos...
Porque cabe preguntarse:
¿Estos algoritmos son éticos y responsables?
¿O más bien manipulan, sin importar si lo que hacen beneficia o perjudica a la persona?
¿Tú que piensas?
Muchas gracias por llegar hasta aquí.
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Nos vemos el próximo domingo.
¡Chau!
Fabricio De los Santos