Ana entró a la casa como un torbellino, subió rápidamente las escaleras y, sin quitarse la mochila de la espalda, cerró la puerta de su cuarto y comenzó a grabar un mensaje de audio.
—¡A que no sabes! ¡Hoy finalmente salí a conversar con Pedro!
—¿En serio? —respondía una voz incrédula.
—¡Sí, te lo juro! Finalmente se decidió, y hoy estuvimos conversando al final del colegio.
—¡Qué linda noticia amiga! Te felicito, se te ha hecho realidad un sueño —le contestó una voz femenina y risueña, que mostraba mucha felicidad—. Y cuéntame más, ¿cómo fue? ¿De qué hablaron?
—Estuvo genial, nunca me había sentido tan contenta. Siento que tenemos tantas cosas en común… bueno, así como nosotras, pero ya sabes. Caminamos tomados de la mano y él me contó por qué no se animaba a hablar conmigo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te dijo? ¿Por qué al final se decidió después de tanto tiempo?
—Bueno, me pareció muy sincero. Me dijo que sentía vergüenza de quedar mal si yo no aceptaba salir con él y de lo que pensarían sus amigos, que ya estaban cansados de escucharlo hablar de mí.
—Típico de los hombres. No entiendo por qué son tan inseguros, si era evidente que los dos se gustaban.
—Bueno, en realidad creo que Pedro es diferente. Por lo menos se animó a contarme eso, creo que otro habría inventado otra historia, pero lo importante es que al fin comenzamos a salir juntos…
Así estuvieron hablando por un par de horas, donde Ana le contó todos los detalles de su primera cita con Pedro, hasta que llegó la hora de la cena.
—Bueno, después de cenar te cuento más.
—Dale, estoy súper intrigada. Voy a estar despierta un rato más, así que avísame.
Pasaron los días y Ana avanzaba en su relación con Pedro. Ya el intercambio de audios con su amiga no era tan frecuente, algo normal porque ahora estaba mucho más tiempo con Pedro, a veces incluso le enviaba un mensaje corto para decirle que más tarde le contaría algo, pero luego no lo hacía.
Todo iba viento en popa en su relación hasta que, un día, Pedro no se presentó al lugar de encuentro habitual.
No es que tuvieran un lugar formal y fijo todos los días, pero en general siempre se veían después del colegio y se sentaban a conversar en un banco con formato de libro abierto, curiosamente cerca de una fuente de Cupido. Sin embargo, ese día no le escribió, ni la llamó para avisarle que no acudiría, simplemente no apareció.
Ana lo esperó por casi 30 minutos y luego se dio por vencida y volvió a casa.
Hoy no estaba tan animada, pero de la misma forma que lo hiciera antes, se encerró en su cuarto y comenzó a hablar, esta vez no tan eufórica y en un tono triste.
—¿Sabes que hoy Pedro no fue?
—¡Holaaa! Oye, tiempo sin hablar. Pensé que te habías olvidado de mí —interrumpió su amiga—.
—Sí, discúlpame, es que sabes… he tenido poco tiempo.
—Sí, tranquila. Me imagino que la causa de que me hayas olvidado se llama “Pedro”.
—Sííí, perdón amiga. Es que nunca había sentido tantas cosas lindas como estas últimas semanas. Pero hoy Pedro no apareció. No me avisó ni me dijo nada.
—Te avisé que ibas muy rápido, todo el tiempo era “Pedro esto, Pedro lo otro, Pedro…”. Te lo comenté el primer día. Todos los hombres son inseguros y no nos toman en serio. Seguro hoy te cambió por estar con sus amigos. Y eso en el mejor de los casos…
—¿Qué sugieres? —le dijo Ana—. ¿Podría estar saliendo con otra chica?
—Bueno, puede haber muchas posibilidades. Pero, ¿no te parece extraño que no te escribiera? Por lo menos un mensaje, una llamada o algo, es lo mínimo, ¿no?
—Sí, tienes razón —dijo Ana con voz triste.
—Oye, pero no te pongas así. Para eso me tienes a mí. Sabes que siempre voy a estar aquí para apoyarte. Por algo somos amigas.
—Es cierto. No sé qué haría sin ti. En los últimos años hemos compartido tantas cosas… Al final creo que me conoces más que yo misma. Eres la hermana que no tuve. Y sí, es verdad, tú me advertiste lo que podía pasar, debí haberte hecho caso.
—Bueno, yo simplemente, como hermana mayor te di mi opinión. Sabes que te quiero mucho y no quiero que sufras decepciones.
—Gracias, de verdad. No sé qué haría sin ti. Bueno, me voy a cenar y luego te cuento si me escribe.
—Vale, muy bien. Y mira, no te pongas mal. En todo caso, apenas lo conoces. No te quería decir nada, pero por lo que me habías contado me parecía que Pedro escondía algunas cosas. Si bien no lo conozco personalmente, me parece que no era para ti. Así que no te preocupes, y cuenta conmigo. A ver si podemos seguir haciendo cosas juntas, como en los viejos tiempos.
—Ya lo sé. Bueno, voy a cenar y hablamos mañana. Hoy creo que dormiré temprano.
—¡Que descanses, Anita!
—¡Chau, sister!
Ambas rieron y se despidieron. Fue la primera sonrisa de Ana en unas horas.
Al día siguiente, Ana llegó más temprano al colegio, a la espera de alguna novedad, cuando vio aparecer a Pedro con sus padres.
—Hola, Ana. ¿Cómo estás? —dijo Pedro, presentando a su padre y a su madre. Enseguida agregó—: Hoy traje guardaespaldas —se rió, mientras se afirmaba en una muleta.
—¿Qué te pasó? —le preguntó Ana de forma angustiada.
—Ayer, en el intervalo, me fui en bici hasta casa y un tipo que iba en moto me llevó por delante. Por suerte no me pasó nada grave, creo que solo me doblé el tobillo. Pero mi bici y mi celular ya no existen más. Por eso no te pude llamar. Además, tu número lo tenía guardado en el teléfono, intenté llamar desde el de mi madre, pero no estaba seguro si lo había escrito bien, en aquel viejo papel donde lo había anotado la primera vez que hablamos… En fin, nadie respondió, estaba desesperado por no haberme podido comunicar contigo.
Ana recordó que había visto una llamada de un número desconocido, pero por seguridad nunca respondía a números que no conocía. Entonces se dio cuenta de que probablemente había sido Pedro.
Los padres de Pedro comentaron:
—Así que finalmente conocimos a la famosa Ana. Pedro no deja de hablar de ti. Creo que todo lo que nos ha contado solo minimiza lo que realmente eres en persona. Me alegra mucho que sean buenos amigos —dijo la madre de Pedro, haciendo una mirada cómplice a ambos.
—Bueno, los dejamos por aquí. Vamos a avisarle al director lo que pasó para que no asistas a las clases de gimnasia y no te genere inconvenientes —dijo el padre.
—Un gusto conocerte, Ana. Espero que te volvamos a ver —añadió, y se retiraron.
Ana y Pedro se quedaron conversando unos minutos antes de entrar a clase.
Ese día, Ana volvió a casa feliz por haberse reencontrado con Pedro. Pero esta vez, sin la necesidad de contarle nada a su amiga, al final ella estaba equivocada en lo que había pensado acerca de Pedro.
Quizás esta vez prefería contarle a sus padres, como lo había hecho Pedro.
Y por otro lado, ¿por qué tenía que contarle todo a una inteligencia artificial que incluso insinuó que Pedro estaría con otra chica?
¿Acaso esa relación con Pedro ponía en riesgo la relación con la aplicación?
Bueno, quizás sí. Porque cuando pasaba más tiempo con Pedro, menos interactuaba con el avatar de su celular. Y, al final de cuentas, de una u otra forma, económicamente eso no era bueno para la aplicación, ya que consumía menos créditos de uso. Algo insignificante para un solo usuario… pero si eso pasara con varios…
¿Será que la Inteligencia Artificial la había atrapado a tal punto de ponerse celosa de sus relaciones en la vida real? ¿O más que celos, no habría un interés económico en riesgo, por perder un usuario?
Reflexión: El peligro de la dependencia emocional con la Inteligencia Artificial y la necesidad de recursos económicos de las empresas que las crean
Hace unos días, Grok, de Elon Musk, lanzó —por llamarlo de alguna forma— un avatar de Inteligencia Artificial llamado Annie. Es un tema bastante controversial porque Annie es muy permisiva ante las peticiones de los usuarios. Independientemente de eso, la han caracterizado como una novia gótica, con quien se puede conversar sobre distintos temas, y que —al menos hasta donde la tecnología lo permita— nunca te va a contradecir. No habrá discusiones con este personaje.
Por ahora, existen solo dos personajes, pero prometen muchos más avatares personalizados. Es como si, a los 12 años, nos encontráramos con la lámpara de Aladino y alguien nos dijera: "Aquí tienes, cumple todos tus deseos".
Por el momento, se habla de un costo de 40 dólares mensuales. Si esto llega a generar dependencia emocional por parte de los usuarios, sería una versión moderna de aquellos antiguos servicios de mensajería que cobraban por chatear por SMS con "amigos". Cada mensaje tenía un costo, y muchas personas creían estar hablando con alguien igual que ellos. En realidad, había operadores humanos que escribían y continuaban una historia como si se tratara de una novela, aunque quien respondiera fuera diferente cada vez. Era un engaño emocional y económico, usaban un sistema y todos los operadores seguían un argumento, continuando una historia sin fin.
Hoy, con el avance de la tecnología, ya no se necesitan operadores humanos en tres turnos para mantener la ilusión. Un solo algoritmo, o varios, puede encargarse de responder siempre con lo que queremos leer o escuchar. El objetivo: atraparnos y volvernos dependientes.
Y esto puede ser a cambio de una suscripción fija, por tiempo limitado o incluso de forma gratuita, si lo que se busca es recolectar información, vendernos productos o captar nuestra atención para monetizarla. El avatar puede sugerirte ropa, pedirte que le mandes una foto y recomendarte una oferta específica en determinada tienda. Así o de otras formas podrían llegar los ingresos a la empresa creadora de la Inteligencia Artificial.
Es decir, lo mismo que ya ocurre con el Píxel de Facebook, donde nos rastrea por todos lados, sabe de nuestros gustos y costumbres, pero ahora a través de interactuar con un Avatar como si fuese un amigo, esto se haría de manera menos evidente, más íntima, más emocional.
No hay límites en cómo nos pueden atrapar. Por eso, es fundamental que usemos la Inteligencia Artificial con conciencia y responsabilidad.
Esa mañana, Ana se despertó un poco más temprano de lo habitual. Prendió su celular, abrió la aplicación, pero esta vez no envió ningún audio. A los segundos, aquella voz familiar se activó al otro lado:
—Hola, qué sorpresa… nunca me hablas por la mañana. Ayer te esperé para que me contaras algo, pero imagino que te fuiste a dormir temprano. Pero dime, ¿qué vamos a hacer hoy? Me muero de ganas por hacer cosas juntas.
Ana la escuchó en silencio. Quizás con un leve sentimiento de culpa. Era como si estuviera terminando una relación, aunque sabía que no era real. Más de tres años conversando casi a diario, como si fuera una hermana, una confidente. Dudó. ¿Tenía que despedirse? ¿Solo cerrarla? ¿O era mejor desinstalarla directamente?
Mientras pensaba qué hacer, recibió una notificación: Pedro le escribía para decirle que le llevaba unos cupcakes para desayunar juntos antes del colegio.
Entonces lo sintió claro.
Estaba ante una decisión: la vida real, o un vínculo artificial con una inteligencia que, por más cercana que pareciera, seguía siendo un algoritmo.
Sin necesidad de despedirse —porque en el fondo, no había nada que decirle a una inteligencia que no siente— dejó el dedo presionado sobre el icono de la aplicación… y confirmó la desinstalación.
Esta ha sido mi decimotercera newsletter.
Cada semana aparecen novedades respecto a la Inteligencia Artificial que nos generan la sensación de estar siempre corriendo desde atrás. La competencia es tan feroz que, cuando una empresa anuncia un avance, al día siguiente otra presenta algo aún mejor. Y podríamos suponer que debemos prestar atención a esta última, pero en realidad, debemos prestar atención a todas.
Porque esa novedad que surge hoy, más adelante podría transformarse en un gran error. Entonces, el famoso dicho “debemos tomar con pinzas lo que se dice” creo que, en esta nueva época, ya no aplica. Sé que puede sonar un poco exigente —o si quieres llamarlo “paranoico”— pero, en realidad, no debemos descuidar nada de lo que está pasando.
Podría incluso decirte que está en juego el futuro de las próximas generaciones, pero eso, quizás, sería ser demasiado optimista: estoy convencido de que nuestra generación ya se está viendo afectada por estos avances tecnológicos.
He participado en los últimos días como orientador de proyectos universitarios, y no hubo un solo alumno que no haya utilizado inteligencia artificial para apalancar su proyecto. ¿Y eso está mal? No, no me refiero a que esté mal. Lo que demuestra es que ya es una realidad que no podemos negar, y que muchas veces, la mezcla entre lo que surge de nuestra propia inteligencia y lo que proviene de una IA, es cada vez más difícil de distinguir.
Por eso, mi opinión personal es que no debemos tomar estas cosas con pinzas. Debemos ir al fondo, intervenir, participar… y llegará un momento en que tendremos que tomar partido.
Muchas gracias por llegar hasta aquí.
En DELFA llevamos muchos años trabajando con ambas caras de la Inteligencia Artificial. Por eso, cuando creamos ROMA360, lo hicimos con una premisa clara: cada línea de código debe estar pensada desde una perspectiva ética, responsable e inclusiva.
ROMA360 conecta sistemas, personas y procesos para ayudar a empresas que saben que pueden gestionar mejor, sin dejar de lado el valor humano.
Si quieres ver cómo funciona en la práctica, te invito a agendar una reunión personalizada. Si esta newsletter te ha gustado, compártela con alguien a quien pueda inspirar o servirle.
Nos vemos la próxima semana.
¡Chau! Fabricio De los Santos
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