Había una vez una gran empresa que fabricaba y vendía un producto único en el mercado.
Los nuevos padres de familia se lo compraban a sus hijos, tal como sus propios padres se lo habían comprado a ellos, y como antes lo habían hecho sus abuelos.
Este producto había estado presente en las familias desde siempre.
Para la mayoría de las personas, su existencia era tan natural como encender un interruptor y ver iluminarse la habitación. Era algo que simplemente... siempre había estado ahí.
Cierto día, nuestro personaje llamado Juan abrió la heladera como siempre y vio que no había dicho producto.
"Qué extraño", pensó, "¿será que nos olvidamos de comprar?"
Al no haber más nadie en la casa y ver que tenía tiempo, decidió ir a comprar para reponer rápidamente.
En el camino pensaba: "voy a comprar tres o cuatro, para que no nos vuelva a pasar lo mismo".
Al llegar a la tienda, buscó en los estantes y no encontró nada.
Frunció el ceño, miró hacia el otro lado, dio la vuelta para ver si estaba equivocado de lugar... y nada.
No había.
Inconforme, recorrió nuevamente toda la tienda, pensando que no era posible que no hubiera.
Cuando ya se dio por vencido, se acercó a la persona que atendía y le preguntó dónde estaba ese producto a la venta.
En su mente no había otra respuesta posible que lo hubieran cambiado de lugar de exhibición, pero para su asombro, el encargado de la tienda le dijo:
—No hay más, se terminó. Realmente no sé lo que pasó. Es un producto que entregan todos los días, y desde hace tres días no nos entregan más. Ni te molestes en ir a otra tienda, porque ya han venido personas de otros lugares preguntándome por ese producto. Se esfumó de todos lados.
Juan estaba incrédulo. No le hizo caso y pasó por dos tiendas más antes de darse por vencido.
Realmente se había agotado en todos los lugares.
Era tal el desconcierto que ni se acordó de volver a casa y se fue directamente a su trabajo: le habían quitado algo de su rutina diaria.
Al mismo tiempo, en otro lugar, en esa famosa empresa, un grupo de operadores y técnicos evidenciaban en sus caras el cansancio de prácticamente estar cinco días sin dormir, intentando hacer funcionar una máquina.
Dicha máquina era la que producía el tan preciado producto, vital para los recursos económicos de la empresa, y, como sabemos por la historia de Juan, estaba insertado en la vida de la mayoría de las personas.
El gerente de la empresa ya había escrito su carta de renuncia; solo le faltaba firmarla.
Deambulaba por la fábrica sin rumbo, cuando uno de los empleados más antiguos de la empresa lo vio y le dijo:
—Esa máquina tiene muchos años. Quizás no tenga solución.
El gerente asintió con la cabeza, pero en su mente pensaba que eso no era verdad, porque la máquina había recibido muchos componentes nuevos y actualizados, que ya prácticamente no era la misma máquina que había iniciado la empresa.
Sin embargo, el hecho de tener tanta tecnología hacía que no hubiera una persona que la conociera completamente para poder resolver el problema. Entonces le contestó:
—Así es, es vieja, pero la hemos mejorado tanto que no sabemos dónde está el problema.
El empleado miró hacia el suelo y dijo:
—Quizás el señor Antonio pueda ayudar. Trabajó mucho tiempo con varias máquinas aquí. No específicamente con esa, pero es muy ingenioso.
El gerente lo escuchó, pero su pensamiento estaba en otro lado.
Casi por costumbre, metió la mano en su bolsillo y notó que tenía el sobre con su carta de renuncia sin firmar.
En un acto de última oportunidad, le dijo:
—¿Cómo dijo que se llamaba ese señor? ¿Usted sabe cómo puedo ubicarlo?
En ese momento, una chimenea comenzó a hacer un ruido que solo ocurría cuando la producción estaba a punto de terminar, y el operario tuvo que gritar:
—Antonio se llama, y yo tengo su teléfono. ¡Si quiere, se lo paso!
—Por favor, sí, le agradezco. Ya le voy a marcar —respondió también gritando.
El gerente se retiró de allí para hablar con Antonio, a quien le explicó la situación y le pidió que, si podía, fuera a la brevedad, a lo que Antonio asintió.
Antonio llegó dos horas más tarde. Un técnico lo estaba esperando en la puerta. Cuando entró, la recepcionista llamó al gerente, quien inmediatamente bajó a la sala de máquinas.
Al llegar, vio a un señor mayor, de overol azul y con una caja de herramientas en la mano, que estaba hablando con los operarios y técnicos de la máquina.
El gerente no quiso interrumpir y, casi sin que nadie detectara su presencia, observó todo lo que hacía Antonio.
Luego de hablar con los operarios, Antonio pidió unos manuales a los técnicos.
Se acercó a la máquina, prendió el interruptor, acercó su oído a la caldera —que estaba fría porque no funcionaba hacía casi una semana—, volvió a apagar el interruptor y volvió a escuchar.
Repitió la acción unas tres veces, dio la vuelta —allí ya nadie pudo ver lo que hacía—, buscó su caja de herramientas, sacó un destornillador, nuevamente fue hacia atrás, volvió y prendió el interruptor otra vez.
Acercó su oído a la caldera y sonrió.
Nadie entendía nada: no había cambiado nada, ¿por qué estaría tan contento?
Cuando todos empezaban a murmurar, de repente la máquina comenzó nuevamente a funcionar.
Era un festejo monumental: nadie creía lo que estaba pasando.
El señor Antonio había arreglado la máquina.
El gerente sacó su chequera inmediatamente y le dijo:
—Muchas gracias, señor Antonio. Dígame cuánto le debo.
—Son diez mil dólares —le dijo Antonio.
El gerente abrió los ojos grandes y dijo:
—Oiga, no es que no los quiera pagar —usted nos ha salvado el negocio—, pero voy a necesitar una factura detallada con los servicios realizados, porque el consejo me lo va a pedir.
—No hay problema —le dijo Antonio con la misma sonrisa que había mostrado anteriormente—, en unos instantes se la hago llegar. Pero antes quiero pedirle un favor.
—El que quiera —dijo el gerente.
—¿Me podrían vender la primera botella que se produzca ahora?
—¡Faltaba más! ¡Llévese las que quiera!
—Muy agradecido. Con una es suficiente.
—Como desee. Si quiere, espere en la recepción mientras sale.
—Está bien —dijo Antonio—, así mientras tanto le hago la factura.
Unos minutos más tarde, el gerente se acercó a la recepción con una bolsa con seis botellas del producto.
Antonio lo miró y, carismáticamente, sonrió nuevamente.
Le dio las gracias y le dijo:
—Oiga, aquí tengo su factura.
—Bien, vamos a verla, así ya puedo hacer el cheque.
El gerente comenzó a leer la factura, que tenía dos líneas nada más:
- Mano de obra por ajustar un tornillo: 1 dólar.
- Saber qué tornillo ajustar: 9.999 dólares.
El gerente lo miró, y ahora fue él quien sonrió.
Sacó su chequera y firmó rápidamente.
Moraleja: La experiencia no se improvisa.
En estos días, en los que todo lo entregamos a la inteligencia artificial para que nos ahorre trabajo, debemos tener mucho cuidado con el juego que estamos jugando.
Podemos buscar todas las herramientas posibles para acelerar nuestra productividad, pero nunca debemos perder el control de lo que estamos haciendo.
Siempre debemos saber qué es lo que pasa detrás. Funciona igual que en otras actividades: podemos delegar el trabajo, pero la responsabilidad sigue siendo nuestra.
El día que perdamos el control... lo habremos perdido todo.
Más tarde, esa noche, Juan se encontraba con su esposa y sus hijos preparando la mesa para la cena, cuando sonó el timbre de la puerta de casa.
—¿Quién será a esta hora? —preguntó Juan.
Al abrir la puerta, una sonrisa amplia se destacó por sobre todas las cosas.
—Hola, hijo, ¿cómo estás? Perdón que llegué sin llamarte antes, pero hoy estuve haciendo un servicio en una empresa y, cuando finalmente puse a funcionar una máquina, me dio tanta alegría porque recordé cuánto te gustaba esta botella cuando eras niño. Pedí para comprar una, pero me regalaron seis.
Juan lo abrazó y riendo le dijo:
—¡Ah, no me digas que solo a mí me gusta! El abuelo siempre me contaba que tú siempre le estabas pidiendo que te llevara una.
Ambos se rieron, y en eso los nietos llegaron corriendo y gritando:
—¡¡¡Abuelo Antonio, qué bueno que viniste!!!.
Esta ha sido mi primera newsletter.
De verdad no sabía cómo hacerla, te pido disculpa si ha sido muy extensa, trataré de ir mejorando, pero me siento tan motivado con la Inteligencia Artificial, aunque a la vez preocupado, que se me dio por hacerla de esta manera.
Es por eso que he decidido difundir lo bueno... y lo quizás no tan bueno de esta tecnología que nos va a llegar a todos.
Muchas gracias por llegar hasta aquí.
Nos vemos el próximo domingo.
¡Chau!
Fabricio De los Santos