Inteligencia DesArtificial: La fiebre del oro


Inteligencia Desartificial

8 de Junio de 2025

La fiebre del oro

—Mami, ¿ya me bajó la fiebre? —pregunta Antonela a su madre, que retiraba el termómetro del brazo con una sonrisa en los labios, ahora más relajada y aliviada porque el medicamento estaba haciendo efecto.
—Así es —le dice Patricia a su hija, poniendo su mano en la frente—. Ya estás casi curada del todo, pero… todavía tienes que descansar un poco más.
Antonela, contenta, dice:
—¡Qué bien! Mañana voy a poder volver a la escuela, ¿si está todo bien?
—Así es —le comenta su mamá—. Sin fiebre podrás ir, si te levantas bien dispuesta.
—Sí, así será —dice Antonela. Y enseguida lanza una nueva pregunta:
—Mami, estaba pensando… si las personas encuentran una pepita de oro, ¿eso es bueno o malo?
Patricia, un poco sorprendida por la pregunta, le responde:
—Bueno, depende. Si esa persona la usa para mejorar su situación, supongo que es bueno.
—Entiendo. Pero si la fiebre te hace sentir mal… ¿no es medio contradictorio eso de “la fiebre del oro”?
—Ahhh, ya veo por dónde viene tu pregunta. Bueno, en realidad es una forma de decir. Quizás sea porque cuando las personas tienen fiebre alta, más de 39 grados, algunos pueden empezar a delirar. Y quizás eso era lo que pasó en aquella época en Estados Unidos.
—¿Y qué fue lo que pasó?
—Bueno, casualmente conozco el tema porque estuve investigando para un estudio que hice en la universidad, así que algo recuerdo.
—¿En serio? ¡Cuéntame más, por favor! Quiero saber.
—Bueno, espérame aquí que busco en las carpetas que tengo guardadas. En realidad, casi no conservo nada de la universidad, pero ese estudio me dio la mejor nota y unos reconocimientos, así que lo guardé. ¡Ya te lo traigo!

Antonela esperó sentada en su cama, muy entusiasmada y ansiosa, como quien va a asistir a una película en el cine o a una obra de teatro.
Patricia apareció con una carpeta verde donde tenía varios papeles e incluso algunas fotos. La abrió y le mostró a Antonela:
—Mira, aquí está. Y comienza así: "El 24 de enero de 1848, James Marshall, trabajador de un aserradero en Coloma, California, descubrió oro en el río Americano, lo que desató una ola migratoria de personas de todo el mundo en busca de fortuna en suelo californiano. Muchos dejaron sus trabajos, vendieron lo que tenían y se mudaron para cambiar de vida…"
Antonela la interrumpió:
—Entonces, mucha gente encontró oro y se hicieron millonarios.
Patricia se rió y comentó:
—Jaja, no fue tan así. En realidad, ¿sabes algo muy curioso? Solamente 1 de cada 100 mineros encontraba suficiente oro como para volver a su casa con algo para su familia. El resto tuvo que regresar con las manos vacías. Y es por eso que surge la frase "la fiebre del oro": la gente deliraba, dejaba sus empleos, se mudaba desde otros países, invertía todo lo que tenía en el sueño americano… pero como te comentaba, muy pocos lo lograban.
—¿En serio? —preguntó Antonela con cara triste.
—Sí, así es. Pero te voy a contar una curiosidad: ¿sabes quiénes sí hicieron fortuna con la fiebre del oro?
—¿Los que lo compraban y luego lo vendían?
—Bueno, sí, también. Pero… a ver, pensemos juntas: ¿qué podrían necesitar los mineros para poder buscar el oro?
—Mmmm… ¿herramientas?
—¡Exacto! Cuenta la historia que había un señor llamado Samuel Brannan que, cuando se enteró de que habían encontrado oro, compró todos los picos y palas de los negocios locales, así como todas las herramientas necesarias para la extracción de oro. Luego, puso en una botella de vidrio unas pepitas de oro y salió a las calles de las ciudades cercanas gritando: “¡Han encontrado oro en el río Americano!”
La noticia se volvió, digamos, viral —si fuera hoy en día, sería como en las redes sociales— y, a partir de ese momento, comenzaron a llegar personas de todas partes. Claro, muchos no tenían herramientas, y Brannan tenía todo lo necesario. Aprovechando la escasez, vendía las herramientas a un precio diez veces mayor de lo que normalmente costarían. Y fue así que se convirtió en el primer millonario de la fiebre del oro, ¡sin siquiera haber cavado un pozo!
—¡Uau! Qué increíble historia.
—Sí, hay varias historias como esa. E incluso, mira, hay una que está relacionada con algo que usas casi todos los días. ¿Qué podría ser?
—Mmmm… ¿mi colita del cabello?
—¡Jajaja! No, no.
—Mmm… ¡ya sé! ¡Mis jeans!
—¡Exacto! Había un señor llamado Levi Strauss que también corrió hacia California, pero no para buscar oro, sino para ver qué necesitaban allí que él pudiera ofrecer.
Algo que les pasaba a los mineros era que sus pantalones se rompían muy fácilmente. Entonces, un sastre llamado Jacob Davis había inventado un refuerzo para los pantalones con remaches. Como no tenía mucho dinero, se asoció con Levi Strauss para patentar su invento. Y funcionaba tan bien que, al principio, atendieron a los mineros. Claro, no eran exactamente como los de ahora, pero los pantalones resultaron ser tan resistentes que, luego, los vaqueros comenzaron a usarlos. Y bueno, lo que hoy es común y está de moda en realidad no es nada moderno: tiene muchos años y surgió como solución a un problema muy concreto.
—¡Qué bueno!
—Y así hay muchas historias más: quienes vendían comida enlatada, las empresas que transportaban el dinero… en fin, muchas iniciativas similares. Pero, infelizmente, muchas personas que fueron tras un sueño no lo consiguieron.

Reflexión: Mira donde todos miran. Ve lo que ellos no ven.

A lo largo del tiempo, ha habido diferentes “fiebres del oro”. No es que no debamos ir detrás de una corazonada, sino que tenemos que ver si tenemos todo lo que precisamos —o al menos lo suficiente— y que podamos, de cierta forma, conseguir en el camino lo que nos falte, de manera razonable. Porque en momentos de fiebre es cuando debemos estar más atentos a cuáles son las verdaderas oportunidades para nosotros. Quizás lo mejor no sea perseguir lo que todos buscan, sino descubrir lo que los demás necesitarán en el camino.

—Mami, creo que ahora entiendo por qué se dice “la fiebre del oro”: las personas deliraban por algo que parecía tan fácil de conseguir y arriesgaban todo lo que tenían… pero que finalmente no era así. Sin embargo, hubo otras personas que, como me explicaste una vez, en vez de mirar el árbol, observaron el bosque y tuvieron la inteligencia de ver dónde serían más hábiles.

—Es correcto, Antonela. Me alegra que puedas entenderlo y que te sirva para el futuro, cuando tengas que tomar grandes decisiones.


Esta ha sido la séptima newsletter.

Cuando veo lo que está sucediendo con la Inteligencia Artificial, en principio encuentro algunos puntos en común. Por un lado, siento que es una gran oportunidad democrática como nunca antes se había visto. Hoy ya es posible —y creo que en los próximos meses, a medida que los costos bajen o más bien se logre hacer más cosas a costos razonables— que muchos creadores, o aquellas personas que tienen una idea, como producir una música, una película o quién sabe cuántas cosas creativas más, puedan lograrlo de forma simple, algo que antes quizás sería una utopía por todos los recursos que se necesitaban.

Ahora bien, en la fiebre del oro, al principio las personas con pocas herramientas podían conseguir oro: bastaba una pala, una batea para filtrar el agua, y el oro aparecía. Luego, a medida que ya iban recolectando todo, cada vez quedó más difícil; entonces ya no bastaba con una pala, sino que se necesitaban otros recursos. Es por eso que, debido a los costos de mantenerse en esas ciudades, muchos mineros individuales tuvieron que desistir de sus sueños, mientras que otros incluso llegaron a convertirse en empresarios. Es una carrera que todos comienzan igual, pero depende de las habilidades de cada uno cómo progresar.

La pregunta que dejo abierta ante esta nueva fiebre del oro es: ¿quiénes serán los Samuel Brannan, Levi Strauss y otros de esta era? ¿Y cuáles serán esos servicios que se podrán brindar en el camino?

Muchas gracias por llegar hasta aquí.
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Nos vemos el próximo domingo.

¡Chau!

Fabricio De los Santos


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